Siempre me consideré una persona echada para adelante, con ganas de innovar y hacer cosas nuevas, pero hoy me he dado cuenta de que tengo miedo. Miedo al cambio, miedo de lo que vendrá, miedo al futuro.
Hoy, mirando entradas antiguas de este blog, he recapacitado sobre los planes que teníamos para cuando llegase este momento, y no se cumplió ninguno. Nuestras vidas han cambiado hasta puntos insospechables y ya solo queda un pequeño reducto de lo que fuimos. Hemos cambiado.
Si esto ha sido así, no puedo, ni quiero, imaginar lo que vendrá. Las vueltas que podrá dar la vida, dónde acabaremos cada uno de nosotros, qué será de nuestro futuro.
He perdido a gente importante, he encontrado otros más importantes aún, pero... ¿dónde estaremos dentro de 10 años? ¿20? ¿30? No lo sabemos, y eso, me da miedo.
Con esto, no me refiero a los lugares, ni a las situaciones, me refiero a la gente. A pesar de que me gusta la soledad, siempre me calmó mucho saber que tenía a alguien cerca, pasase lo que pasase.
¿Los habrá? Estoy seguro. Tengo a muy buenos amigos a mi alrededor. ¿Estaré yo a la altura? Eso espero, y lo intento, pero no soy perfecto.
Y a veces me planteo, ¿qué hubiese pasado si todo hubiera ido bien y hubiese entrado en el Balbuena en vez de en el Prieto? ¿Y si hubiera sacado suficiente nota para entrar en la Carlos III y no en la Complutense? ¿Y si en vez de estudiar periodismo hubiese estudiado comunicación audiovisual? Todo sería distinto, muy distinto. Y esto me hace tener miedo a las decisiones.
A veces, me llego a plantear si realmente existe el destino.
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